jueves, 21 de agosto de 2014

Humildad: La capacidad de reconocer nuestra absoluta dependencia del Padre Eterno.

Alma, un profeta del Libro de Mormón, nos advierte que si no hemos conseguido despojarnos del orgullo, no estamos preparados para comparecer ante Dios. 

El orgullo nos coloca en contra de Dios y de nuestro prójimo, y distorsiona nuestra realidad llevándonos a creer que somos mejores que los otros, y dando preponderancia a nuestra propia voluntad, en lugar de disponernos a conocer la voluntad de nuestro Padre Celestial para vivir en obediencia. 


Este orgullo es la causa de la destrucción de las naciones rebeldes, y eso es lo que vemos en la experiencia del pueblo nefita, según el relato de Moroni 8:27 . “Mas cuidaos del orgullo, no sea que lleguéis a ser como los nefitas de la antigüedad” D. y C. 38:39

La humildad, en cambio, es la condición y la característica fundamental de los Santos, y eso los ha tornado aptos para que el Señor habite en ellos. Conformados a la imagen de Jesucristo, nacido en humildad, se han hecho “niños” para nacer de lo alto y transformarse en hijos de Dios; y siguiendo el ejemplo de Aquel que se humilló a sí mismo, haciéndose obediente hasta la muerte para redimirnos. 

Ser humilde para un miembro de La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días, es poder decir con absoluta sinceridad de corazón :”(Padre) hágase tu voluntad, como en el cielo, así también en la tierra” (Mateo 6:10). Ese fue el modelo de petición que nos dejó Cristo. Observemos que no nos dice “haz” ni “hagamos”, sino HÁGASE tu voluntad. Porque para que la voluntad de nuestro Padre Celestial se cumpla, la voluntad del hombre no es suficiente, sino que debe sumarse a ella la propia gracia del Creador. Y la gracia de Dios desciende sobre nosotros precisamente cuando somos humildes y nos esforzamos por obedecer los mandamientos. “Para que seáis hijos de vuestro Padre que está en los cielos; pues él hace salir su sol sobre malos y sobre los buenos” 3 Nefi 12:45 .

Como en el cielo, así también en la tierra. Esta es la razón por la cual reconocemos que la Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días, es el reino de Dios sobre la tierra, un reino que en nuestros días se circunscribe al ámbito eclesial, pero que durante el Milenio deberá ejercer también la plenitud de su misión sobre la conducción de la nueva sociedad humana. 

Estamos llamados a pedir que la voluntad de Dios se cumpla en la tierra, y a poner todo de nuestra parte en obedecer esa voluntad entre nosotros, los que todavía estamos transitando esta etapa de probación y perfeccionamiento, del mismo modo que se cumple en el Cielo, en la gloria celestial, el más elevado de los grados que podemos alcanzar, donde los justos viven en la presencia de Dios y de Jesucristo, luego de haber logrado la exaltación. 

Es el propósito y la finalidad de La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días, preparar a los hombres para vivir en este reino celestial eternamente, y por eso proclama el arrepentimiento y la obediencia en humildad de los mandamientos de Dios. Su voz resuena entre las naciones de la tierra: “Arrepentíos, porque el reino de los cielos se ha acercado”. (Mateo 3:2). Y el reino de los cielos.

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