De todas las batallas que se han librado a través de los siglos en esa zona del mundo conocida como la Tierra Santa, ninguna resalta más en nuestra mente que la que tuvo lugar en el valle de Ela (1 Samuel 17:2) en el año 1063 a. de J. C. Los registros señalan que sobre un monte, a un lado del valle, se encontraban congregados los temibles ejércitos de los filisteos, dispuestos a marchar directamente hacia el centro de Judá en el valle del Jordán. Sobre otro monte, al otro lado del valle, el rey Saúl también había puesto a sus huestes en orden de batalla para ir en contra de los filisteos.
Los historiadores indican que ambas fuerzas armadas contaban aproximadamente con el mismo número de tropas y poseían el mismo grado de destreza.
Sin embargo, los filisteos se las habían arreglado para mantener en secreto su admirable conocimiento en el arte de fabricar formidables armas de hierro para la guerra. El escuchar los martillazos sobre los yunques y ver las nubes de humo ascender hacia el cielo debe de haber acobardado a los soldados de Saúl, ya que hasta el guerrero más nuevo podía reconocer la superioridad de las armas de hierro sobre las de bronce que ellos poseían.
En aquellos tiempos, no era raro que entre los ejércitos contrarios, los campeones resolvieran las disputas desafiando a sus contrincantes a enfrentarse personalmente en el campo de batalla. Esta forma de combate se venía practicando desde hacía mucho tiempo; y en más de una ocasión, principalmente durante la época en que Sansón era juez de los hebreos, el resultado de la lucha entre el representante de cada bando determinaba cuál ejército era el vencedor de una batalla.
El hombre que era gigante no obstante, en esa batalla fue un filisteo el que se había atrevido a desafiar al campamento de Israel: un verdadero gigante llamado Goliat, de Gat. Algunos relatos antiguos indican que Goliat medía tres metros de altura. Llevaba puestos un casco de bronce en la cabeza, y en el cuerpo una cota de malla (véase vers. 5). La cabeza de su lanza pesaba tanto, que cualquier hombre fuerte y robusto habría tambaleado con sólo levantarla. Su escudo era de un tamaño jamás antes visto, y su espada infundía terror.
Sucedió entonces que el paladín del campamento de los filisteos (véase el versículo 4) se paró y dio voces a los escuadrones de Israel, diciéndoles: "¿Para qué os habéis puesto en orden de batalla? ¿No soy yo el filisteo, y vosotros los siervos de Saúl? Escoged de entre vosotros un hombre que venga contra mí" (1 Samuel 17:8.).
El desafío indicaba que si el guerrero israelita lo vencía, entonces los filisteos se convertirían en siervos de Israel; mas si él era el triunfador, los israelitas se convertirían en siervos de los filisteos. De modo que Goliat clamó a gran voz: "Hoy yo he desafiado al campamento de Israel; dadme un hombre que pelee conmigo" (vers. 10).
Y durante cuarenta días proclamó su desafío aquel gigante, espantando y amedrentando a los varones de Israel, que al sólo verlo "huían de su presencia, y tenían gran temor" (vers. 24).
Fuente: Ver Video 1
"Tu siervo irá"
Entre aquellos varones israelitas había uno, sin embargo, que no temblaba de miedo ni huía despavorido. Al contrario, los soldados de Israel se sobresaltaron cuando éste les lanzó una punzante pregunta como señal de reprimenda: "¿No es esto mero hablar?" y dijo a Saúl: "No desmaye el corazón de ninguno a causa de él; tu siervo irá y peleará contra este filisteo" (vers. 29 y 32).
Se trataba de David, aquel joven pastor, que no hablaba simplemente como lo que era; porque el mismo profeta Samuel le había puesto las manos sobre la cabeza para ungirlo, y desde entonces el Espíritu de Jehová había estado con él. Entonces Saúl dijo a David: "No podrás tú ir contra
aquel filisteo, para pelear con él; porque tú eres muchacho, y él un hombre de guerra desde su juventud" (vers. 33). Pero David perseveró, y vistiéndose con la armadura de Saúl, se preparó para enfrentarse con el gigante. Al percatarse de que aquella armadura le impedía moverse con libertad, se despojó de ella en seguida y, tomando su cayado, escogió cinco piedras lisas de un arroyo cercano, y las puso en su saco pastoril. Luego tomó su honda en su mano, y se fue hacia el filisteo (véase el versículo 40).
Todos recordaremos la expresión de asombro de Goliat, que indignado le dijo al muchacho: "¿Soy yo perro, para que vengas a mí con palos? . . . Ven a mí, y daré tu carne a las aves del cielo y a las bestias del campo" (vers. 43-44).
En el nombre del Señor Entonces David le replicó al filisteo: "Tú vienes a mí con espada y lanza y jabalina; mas yo vengo a ti en el nombre de Jehová de los ejércitos, el Dios de los escuadrones de Israel, a quien tú has provocado.
"Jehová te entregará hoy en mi mano .. . y toda la tierra sabrá que hay Dios en Israel.
Fuente : Ver Video 2
"Y sabrá toda esta congregación que Jehová no salva con espada y con lanza; porque de Jehová es la batalla, y él os entregará en nuestras manos.
"Y aconteció que cuando el filisteo se levantó y echó a andar para ir al encuentro de David, David se dio prisa, y corrió a la línea de batalla contra el filisteo.
"Y metiendo David su mano en la bolsa, tomó de allí una piedra, y la tiró con la honda, e hirió al filisteo en la frente; y la piedra quedó clavada en la frente, y cayó sobre su rostro en tierra.
"Así venció David al filisteo con honda y piedra; e hirió al filisteo y lo mató, sin tener David espada en su mano." (Vers. 45-50).
Así se libró aquella batalla y se conquistó la victoria. David se convirtió en un héroe nacional, con un gran destino por delante. Al pensar en David, algunos lo recordaremos como a un joven pastor, comisionado divinamente por el Señor a través del profeta Samuel. Otros lo recordaremos como a un poderoso guerrero, puesto que la historia registra que al verlo salir victorioso de muchas batallas, las mujeres lo perseguían para*idolatrarlo, diciendo al compás del canto y la danza: "Saúl hirió a sus miles, y David a sus diez miles" (1 Samuel 18:7). O acaso lo imaginemos como a un poeta inspirado o como a uno de los reyes más grandes de Israel.
Habrá quienes tengan presente que violó las leyes de Dios y que tomó a Betsabé, la mujer de Urías heteo, y que llegó al punto de tramar la muerte de éste (véase 2 Samuel 11). Cuando yo pienso en David, me gusta recordarlo como al muchacho recto que tuvo el valor y la fé de enfrentar vicisitudes infranqueables, mientras que otros se mostraban vacilantes, y de redimir
el nombre de Israel y enfrentarse con aquel gigante de su vida: Goliat, de Gat.
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