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En febrero de 2006, Stan recibió nuevos maestros orientadores. Su primera visita fue agradable, aunque él no mostró particular interés en el Evangelio ni en ningún asunto que remotamente se relacionara con temas espirituales. En la visita siguiente no ocurrió nada que cambiara las primeras observaciones de ellos, aun cuando Stan se mostró un poco más amable y amistoso. Sin embargo, la tercera vez que lo visitaron notaron un cambio visible en su semblante y su comportamiento; se quedaron muy sorprendidos porque, aun antes de presentarle el mensaje, él los interrumpió con una serie de preguntas inquisitivas.
En la conversación que tuvieron, también les contó las experiencias del mes anterior durante el cual él y su esposa habían comenzado a leer un capítulo del Libro de Mormón a diario.
El élder Bruce R. McConkie describió con elocuencia el tipo de despertar que Stan experimentó: “Aquí tenemos a un hombre que recibe un ejemplar de este libro bendito, comienza a leerlo y continúa… hasta que, después de haberlo leído todo, su alma hambrienta se llena con el pan de vida. No puede dejarlo de lado ni pasar por alto sus enseñanzas. Es como si las aguas de la vida fluyeran al yermo desierto de su alma, calmando esa sensación de aridez y vacío que hasta entonces lo había separado de su Dios”.
Aquel hecho les hizo recordar a los maestros orientadores el extraordinario poder del Libro de Mormón y lo real que es la influencia del Espíritu del Señor cuando leemos sus páginas sagradas. También comprendieron mejor las palabras del Profeta José Smith: “…que el Libro de Mormón [es] el más correcto de todos los libros sobre la tierra… y que un hombre se acercaría más a Dios al seguir sus preceptos que los de cualquier otro libro”.
La sed que Stan tenía de aprender, y su redescubrimiento del Evangelio restaurado, lo llevaron a leer más de un capítulo por día y a incluir la oración ferviente y la profunda introspección de su alma. Para aquellos que a veces les preocupa si el Señor realmente oye sus oraciones, el Salvador nos recuerda lo siguiente: “¿Qué padre de vosotros, si su hijo le pide pan, le dará una piedra? ¿o si pescado, en lugar de pescado, le dará una serpiente?
“Pues si vosotros, siendo malos, sabéis dar buenas dádivas a vuestros hijos, ¿cuánto más vuestro Padre celestial dará buenas dádivas, por medio del Espíritu Santo, a los que se lo pidan?”.
Nuestro amado profeta, el presidente Gordon B. Hinckley, también nos ha aconsejado: “No pueden hacerlo solos… Necesitan la ayuda del Señor, y lo maravilloso es que tienen la oportunidad de orar con la expectativa de que sus oraciones se escucharán y se contestarán… Él está presto para ayudarnos”.
En agosto de 2006, Stan se aventuró a ir a la reunión sacramental de su barrio junto con su siempre fiel esposa, ésa era su primera reunión a la que asistía en cuarenta y cinco años. Allí, con humildad y una oración en el corazón, escuchó las sencillas oraciones sacramentales que ofrecieron los jóvenes presbíteros. Al no sentirse digno y percibir en parte la profundidad y el significado de esa ordenanza tan sagrada, reflexionó honda y dolorosamente y se abstuvo de comer el pan y tomar el agua durante varias semanas.
Hace muchos años, en un conmovedor testimonio, el presidente Joseph Fielding Smith dijo: “En mi opinión, la reunión sacramental es la más sagrada, y la más santa, de todas las reuniones de la Iglesia. Cuando medito sobre la reunión del Salvador y Sus apóstoles en aquella noche memorable en la que presentó por primera vez la Santa Cena… mi corazón se llena de asombro y me siento conmovido. Considero que aquella reunión fue una de las más solemnes y maravillosas que ha tenido lugar desde el principio de los tiempos”.
Stan continuó estudiando, orando, asistiendo a la Iglesia y recibiendo consejos y aliento apropiados de sus maestros orientadores, y al fin llegó el día en que, con regocijo, sintió que estaba listo para extender la mano y participar de la preciada Santa Cena. Cuando tomamos la Santa Cena con dignidad, reflexión y reverencia, eso nos permite ser “participantes de la naturaleza divina” gracias a la expiación de Cristo y al poder del Espíritu Santo.
Al volver a la actividad en la Iglesia, Stan recibió un llamamiento y unos meses después lo ordenaron élder. En julio de 2007, él y su esposa se arrodillaron ante el altar de la Casa del Señor y, por la autoridad y la ley eterna de Dios, se casaron por esta vida y por toda la eternidad.