(Conferencia general de abril de 2001)
Bajo la inspirada dirección del presidente Gordon B. Hinckley, hoy en día es más fácil que nunca llegar a los templos. En cada templo se halla la inscripción “Santidad al Señor”1, la cual indica que tanto el templo como sus objetivos son santos. Los que entren en el templo también deben llevar el distintivo de la santidad2. Puede que sea más fácil atribuir santidad a un edificio que a las personas. Podemos adquirir la santidad sólo mediante el esfuerzo constante y firme. A lo largo de las edades, los siervos del Señor nos han advertido de la falta de santidad. Jacob, hermano de Nefi, escribió: “He aquí, si fueseis santos, os hablaría de cosas santas; pero como no sois santos, y me consideráis como maestro, es menester que os enseñe las consecuencias del pecado”3.
Hoy siento esa misma responsabilidad de enseñar. Al paso que se van preparando templos para nuestros miembros, nuestros miembros deben prepararse para el templo.
EL TEMPLO
El templo es la casa del Señor. La base de toda ordenanza y convenio del templo —el corazón del plan de salvación— es la expiación de Jesucristo. Toda actividad, toda lección, todo lo que hacemos en la Iglesia señalan hacia el Señor y Su Santa Casa. Nuestras labores de proclamar el Evangelio, perfeccionar a los santos y redimir a los muertos conducen todas ellas al templo. Cada santo templo es un símbolo de nuestra calidad de miembros de la Iglesia4, es una señal de nuestra fe en la vida después de la muerte y constituye un paso sagrado hacia la gloria eterna tanto para nosotros como para nuestros familiares.